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lunes, 14 de noviembre de 2011

La lanza ha abierto una herida, y esa herida no se ha curado.

De verdad que intento olvidar. Intento no escuchar. Me lo están poniendo fácil en casa. Mis padres siguen a rajatabla la norma. En la puerta de la entrada debería haber un cartel que dijera "Prohibido el mundo exterior". Pero, aún así, de repente, cuando menos me lo espero, todo lo que han dicho, oído o visto y todo lo que me imagino que seguirán diciendo, aparece de pronto en medio de mi cerebro y ocupa todo el espacio. Palabras, palabras, palabras, palabras que forman una enorme bola que se expande por mi cabeza, que baja por mi garganta, , la cierra y no deja pasar el aire a mis pulmones. Las palabras hacen que todo vuelva a ser real, la bola en mi garganta también se hace real y entonces ya no puedo respirar. ¿Sabes qué hago entonces cuando estoy a punto de ahogarme? Entonces digo tu nombre. Muchas veces, en voz baja. Te vas a reir, pero tengo una teoría: Si piensas mucho en la persona que te quiere, esa persona lo nota. Entonces cuando te pienso y te nombro, pienso que tú me piensas, y la bola se disuelve y el aire vuelve a circular. Pero se que solo es un apaño, que la bola de palabras volverá. Y con las palabras volverá todo. La rabia, la vergüenza, la pena...mientras tanto sobrevivo. Aunque sé que esto es como la chistera de un mago: puedes fingir que no hay nada dentro, pero sabes que ahí, tras un pañuelo blanco , está latiendo una paloma. Y puede salir en cualquier momento. 
Con una gran diferencia. Lo que sale de esta maldita chistera no es una paloma. Es un buitre. Huele a sangre de mi herida abierta. Sale de vez en cuando, como por arte de magia, y la picotea poco a poco.
Así no va a cicatrizar nunca.


Este texto es un fragmento de un libro que estoy leyendo, os lo recomiendo "Pomelo y Limón"

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